Ushuaia 01 de julio 2022.- De las utopías postperonistas, la Patagonia fue una de las constituidas como destino territorial hacia donde los cuerpos podían migrar.

Cuando el peronismo concitaba la totalidad del espectro reformista y revolucionario argentino, el golpe militar de 1976 vino a desarticular la esperanza y la praxis transformadora, fragmentando en mil pedazos el sueño colectivo que animaba el camino de la historia.  Una de esas esquirlas desprendidas tuvo la forma, contradictoria en los términos, de un exilio interno silencioso y singular, que empezó a gotear a partir de aquel momento, cada vez con más velocidad, hacia el sur del Río Colorado.

 

Numerosos estudios cuantitativos y cualitativos muestran el sentido y contenido de ese movimiento interno de aquellos años del que, la biografía de Néstor y Cristina Kirchner, son un caso concreto y bien conocido.  Militantes en riesgo por la persecución sistemática y gran parte de ese simple pueblo peronista, a pesar de ser la Patagonia un territorio fuertemente militarizado, fueron cayendo por el sumidero de la decepción con la esperanza trunca, en movimiento descendente, hacia el vértice del embudo de nuestra patria. Consciente o maquinalmente, se inició una sangría interna. Insilio: subterfugio de la evasión ensimismada, obligada o elegida, fantasía de desaparición en la extensión desolada de la meseta esteparia o en los rincones de la montaña boscosa.

Con rizomas fraseológicos, la Patagonia como lugar donde “hacer patria”, “vivir mejor”, “empezar de nuevo” y “encontrar un porvenir” se fue consolidando en su verdad y su mentira durante la nefasta dictadura. Los fragmentos tergiversados de los ideales comunes, antes integrados en el proyecto peronista de Nación, trasmutaron bajo el formato de pequeña salida individual para miles de personas. Del proyecto nacional de la independencia económica, la soberanía política y la justicia social se pasó a esa patria algo anacrónica como estancia de frontera donde el ascenso social era apenas sinónimo de trabajos mejor pagos en economías con costos de vidas más altos. En el horizonte de la Patagonia se avizoraba, apenas sobreviviendo y en agonía, un chispazo discursivo aislado y distorsionado de la gran utopía argentina que había sido.

 

Pero este ir hacia la Patagonia como itinerario y fuga táctica no era, para entonces, una novedad histórica o metafórica para nuestro país. Por caso, el desierto al sur de la frontera fue el destino de Martín Fierro cuando se volvió un fugitivo de la justicia. También Lucio Mansilla en su incursión a la tierra de los ranqueles encontró todo tipo de fugados y exiliados en el campamento de Mariano Rosas. Y la Luz del día de Alberdi vino en su exilio americano a la aventura patagónica, del mismo que el Juguete Rabioso de Arlt al final de todos sus fracasos terminó planeando su venida al “país del viento”. Y el mismo Perón tuvo su tiempo de infancia en la Patagonia cuando su familia decidió probar suerte en las cercanías de Río Gallegos y Camarones, ante un mal pasar económico.

Lo cierto es que la Patagonia siempre ha representado el más allá inmanente de nuestra patria, su inconsciente geográfico. Tal vez, su falta imaginaria de contenido físico y mental ha operado como atracción, interrupción y desconexión de las conciencias excedidas, excedentes y residuales. Corrimiento en la mismidad, en lo propio enajenante. La Patagonia se percibe a partir de estas circunstancias como una inversión del mundo capaz de oficiar el ocultamiento y la latencia. Frontera del último paso, más allá del cual, no existen certezas sino ambigüedades definidas por la ausencia de una verdad donadora de sentido. Frontera que se desdibuja en mestizajes e hibridaciones en progresión hacia un fin ilusorio de las cosas. Frontera objeto de sucesivas y múltiples desterritorializaciones y reterritorializaciones, la Patagonia es en definitiva en nuestro imaginario esa región que misteriosamente parece capaz de absorber la soledad de las penas en todos sus matices y ensoñaciones.

 

Monumento a la madre de Perón

Pero el destino de soledad no le ha impedido formar parte de la historia, porque si hay un movimiento de flujo de la Argentina hacia la Patagonia, hay también un movimiento de reflujo desde la Patagonia hacia la Argentina. Dirección del movimiento en malón. Ahí está la vuelta trasmutada de Martín Fierro, el retorno de Mansilla con la indistinción entre civilización y barbarie, el regreso de Perón a la Escuela Militar en Buenos Aires y la llegada de Néstor y Cristina Kirchner al gobierno nacional como retorno histórico de lo reprimido.

Y si en las capas identitarias de la Patagonia existe una que consiste en haber sido una utopía postperonista, a esta altura cabe preguntarse si el peronismo, en sí mismo, no es recíprocamente un fenómeno patagónico. Porque así, como el peronismo tiene su origen mítico-catastrófico en San Juan, su centro ritual en Plaza de Mayo y en el riachuelo la metáfora de todos los límites que atravesaron sus conquistas; tal vez, sea posible atribuirle una esencia simbólicamente patagónica. ¿No es acaso el peronismo un fenómeno político identificable esencialmente por su carácter de frontera? De frontera en tanto se resiste a la pureza y prolijidad de las definiciones ideológicas y campea la realidad del continuo presente, interpelando e interpelado por la alteridad. Interpelando la alteridad exterior del poder e interpelado por la alteridad interior de los desposeídos. De frontera en tanto sólo existe en la geografía del desierto germinal de las demandas insatisfechas, que conforman las dicotomías identitarias de todas las fracciones flotantes por causa de las injusticias que persisten.

 

¿Y no es acaso la vida del propio Perón la síntesis perfecta de esa simbiosis entre peronismo, Patagonia y frontera? Perón, se sabe, tenía por parte de su madre una ascendencia tehuelche problemática en su época, vivió su infancia en la periferia santacruceña y chubutense, siendo militar destinado a las guarniciones neuquinas indagó y escribió respecto de la etimología araucana de la toponimia patagónica. Y ya instalado en la presidencia tuvo para la Patagonia varias de las decisiones más importantes para la región: la provincializó entera, integró la explotación de sus recursos naturales al circuito productivo del país y cerró el presidio de Ushuaia. Esto último, en términos biopolíticos, significó ponerle fin a la idea de tortura, tormento y condena como sinónimo de esta región. Así entonces, si la relación con la Patagonia lo había puesto a Perón en contacto con el lugar de lo interiormente excluido como lengua, geografía, raza y clase, el tres veces presidente le dio a la Patagonia la inclusión dentro del horizonte creativo para la vida, ya que con él dejó de ser una marginalidad anonadada donde se acumulaban los excedentes sociales indeseables esperando la muerte.

Como Perón, el peronismo se constituyó y se reconstituye sucesivamente en esa zona de híbridos intercambios. La imprecisa circulación del movimiento político más importante de la Argentina fue y es en la franja fronteriza donde las exclusiones deambulan y bordean, donde el “nosotros” busca tentativamente ser, frente a la incertidumbre del tiempo por venir y sus demandas. Frontera donde la regla normativa es la disputa de todos los antagonismos aspirando sin recetas a encontrar las equivalencias que los vuelvan un proyecto.