Ushuaia 13 de junio 2019.- Puesto que soy ingeniero, el artículo periodístico sobre “Ingeniería e ideología” del Secretario de Cultura y Extensión Fabio Seleme, ha suscitado las siguientes reflexiones personales, que tal vez no aporten ninguna respuesta al lúcido análisis del autor sino por el contrario le agreguen otros incómodos interrogantes ya que el mismo involucra ciertos aspectos muy sensibles de mi profesión.
Voy a desarrollar mi idea empezando por el final: yo afirmo que la ideología forma parte inescindible de la identidad de todas las actuales profesiones. Quiero decir que ningún profesional de nuestra sociedad carece de una ideología determinada y que ella define las actitudes y la manera en que dicho profesional lleva a la práctica el rol social que le toca desempeñar.
Opino que acierta nuestro pensador cuando observa que la ingeniería “es codificada simbólicamente como una profesión técnica y marginal en términos culturales y sociales”, y también cuando agrega que los estudiantes de ingeniería en general están “bien predispuestos para la matemática, la física y la química, pero (son) refractarios a la reflexión crítica en relación a la materia social, histórica y filosófica.”
Sin embargo, como ocurre cada vez que intentamos discurrir sobre cualquier temática, para ser precisos debemos utilizar ciertas definiciones, y si es posible, ellas deben ser claras, comprendidas y aceptadas por el más amplio colectivo social.
Por eso recurro a la definición que estableció la Comisión de Estándares del Consejo Federal de Decanos de Ingeniería – CONFEDI:
“Ingeniería es la profesión en la que el conocimiento de las ciencias matemáticas y naturales adquiridas mediante el estudio, la experiencia y la práctica, se emplea con buen juicio a fin de desarrollar modos en que se puedan utilizar, de manera óptima, materiales, conocimiento y las fuerzas de la naturaleza en beneficio de la humanidad, en el contexto de condiciones éticas, físicas, económicas, ambientales, humanas, políticas, legales, históricas y culturales.”
Por otro lado, podremos acceder en cualquier diccionario o en la red a la siguiente definición, seguramente una de las más aceptadas:
“Ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, de una colectividad, de un movimiento cultural, religioso, político, etc. en un momento histórico determinado.”
Creo que también debería incluirse en esta enumeración aquella premisa establecida en el Reglamento de la Universidad Tecnológica Nacional referida a la formación del ingeniero: “debe contemplar la función social de la ingeniería y la influencia de la tecnología en las estructuras económicas y culturales de la región para formar graduados comprometidos con el medio”.
La interpretación minuciosa y crítica de las definiciones previas, claras como el agua clara, resultarían muy útiles y deberían ser el marco ineludible para plantear y desarrollar cualquier polémica o debate sobre “la ingeniería y los saberes tecnológicos” que nos propone la nota de marras. Pienso que sin duda arribaríamos a una conclusión inexorable acerca de cual debería ser el marco ideológico aplicable para formar profesionalmente a nuestros jóvenes ingenieros.
Y tal vez debiéramos incorporar también aquí la imprescindible definición de “política”, palabra bastardeada desde siempre por la “ideología” capitalista, y que en su etimología evidencia toda la potencia transformadora que ella implica: “polis” significa “ciudad” y “tica” significa “todo lo que concierne a”. O sea que es muy sencillo: “política” es todo lo que concierne al funcionamiento de la ciudad (espacio donde vive el pueblo). Por tanto, un serio debate colectivo, sobre cualquier temática, constituiría la base fundamental para establecer las políticas públicas que la comunidad requiere implementar para el beneficio general.
Además de las definiciones imprescindibles para llevar adelante una discusión comprometida y profunda, pienso que el cuestionamiento planteado podría ampliarse a otras profesiones, como dejé explicitado al inicio de este artículo. A modo de ejemplo, opino que como disparadores se podrían formular algunas de las siguientes preguntas:
¿Qué formación reciben nuestros jóvenes en carreras universitarias tales como, por ejemplo, abogacía, periodismo, medicina o contaduría?
¿Las definiciones académicas y curriculares de nuestras universidades, pensadas para esas (y las restantes) profesiones pretenden formar graduados comprometidos con el medio social?
¿Los estudiantes de estas disciplinas están bien predispuestos para las asignaturas técnicas correspondientes a su especialidad pero son también refractarios a la reflexión crítica sobre materia social, histórica y filosófica como señalamos para el caso de la ingeniería?
¿Los abogados, los médicos, los psicólogos, los periodistas y los contadores, muchos de ellos formados en universidades públicas y no aranceladas, son también producidos “ideológicamente neutros”?
¿Porqué los docentes, los investigadores y los profesionales del ámbito universitario se muestran refractarios a “la ideología” y a “la política” pero son tan proclives a ejercer, transmitir y defender tan abiertamente, y con tanta convicción, una meritocracia supuestamente aséptica e inocua?
Llegado a este punto en mi reflexión, me resulta patente e inapelable que por ser meros integrantes de una sociedad, es imposible que no participemos en la vida política y que no poseamos una ideología que la impregna. Por lo tanto, quedarían así refutadas aquellas afirmaciones simplotas: “yo no tengo ideas políticas” ó “yo no tengo ninguna ideología”, las cuales conducen a sorprendentes paradojas como las de encontrarnos a diario con ingenieros antiindustrialistas o abogados desentendidos de los derechos ciudadanos vulnerados, por mencionar sólo dos ejemplos cualesquiera.
Además agrego que las frases entre comillas del párrafo previo son sólo dos de las muchas proclamas que repetimos diariamente muchos ingenieros… y también muchos otros profesionales de todos los géneros y disciplinas imaginables, y en realidad, las mismas pueden ser emitidas a viva voz (no sin cierto orgullo que certifica la pureza moral de quien las declama) por cualquier habitante de nuestro país, con formación académica o no, y perteneciente a cualquier estrato social, pero sin dudas seducido y convencido por el más formidable contrasentido capitalista: “la falta de ideología es la ideología”, Seleme dixit.
Podría interpretar algún lector fortuito que tal vez estoy renegando de las ideologías y de la política, o por el contrario que pretendo encasillar solamente en un par de conceptos un debate nacional, abierto e interminable. En verdad, sólo intento señalar que resulta perentorio aplicar la inteligencia, superar la pereza intelectual, la ingenuidad o el fanatismo, y reconocer que somos seres “ideológicos y políticos”, hacernos cargo de nuestras ideas y animarnos a contraponerlas adultamente para acordar el modelo de país que pretendemos implantar y defender, bajo la tutela de los magistrales versos finales de Martín Fierro: “No para mal de ninguno, sino para bien de todos”.