Ushuaia 10 de febrero 2022.- Un equipo de investigación realizó un trabajo de arqueología subacuática en el cabo San Vicente buscando restos de barcos hundidos. Cristian Murray formó parte del equipo de trabajo y nos cuenta las dificultades que atravesaron y los objetivos cumplidos en el estudio de campo efectuado en Bahía Thetis.

El encanto de Península Mitre parece no tener límite. Sumado a su belleza paisajística y al importante rol ambiental que ocupa su ecosistema en la lucha contra el calentamiento global contiene otra riqueza: su enorme patrimonio cultural. La gran cantidad de buques hundidos en la zona -sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX- la convierten en un centro de vital importancia en investigaciones arqueológicas subacuáticas.

 

Cristian Murray forma parte desde hace 27 años del Instituto Nacional de Arqueología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL) y es el único que no es arqueólogo en la delegación que llegó en octubre del año pasado a Bahía Thetis para recabar muestras e información de los barcos hundidos.

Murray es arquitecto, especialista en arquitectura naval y no es la primera vez que trabaja en Península Mitre. “En 2010 formé parte del “Proyecto arqueológico Costa Atlántica”, nos cuenta. “En esa ocasión pudieron registrarse muchos sitios arqueológicos, tanto históricos como prehistóricos”.

 

La investigación actual es hija de aquel gran proyecto que se dedicó a relevar los restos de naufragios que había en la costa, sin sumergirse. “En pocos kilómetros de costa hay una gran cantidad de restos, en la zona que se llama intermareal (entre la marea baja y alta). Durante la tarea que emprendimos en octubre nos acotamos a un sector en particular, la boca norte del estrecho de La Maire. Y buceamos entre los navíos, algo que nadie había hecho hasta ahora“.

¿Por qué tantos barcos han encontrado aquí su destino final? Murray explica que “en la segunda mitad del siglo XIX, con la gran explosión comercial que vivió el mundo luego de la revolución industrial, el tráfico marino aumentó de manera considerable y –aún no existía el Canal de Panamá- había solo dos pasos para ir desde el Atlántico al Pacífico o viceversa: el estrecho de Magallanes o el cabo de Hornos”.

“Por supuesto, en aquella época no había nada parecido a un GPS por lo que la escasa visibilidad que puede haber en la zona por lluvias o nevadas complicaba las cosas. Además de errores humanos, otra causa de muchos hundimientos fueron la gran cantidad de incendios a bordo que ocurrían en barcos que transportaban carbón, generalmente desde Gran Bretaña hacia los puertos más importantes del Pacífico”, detalla el arquitecto.

 

Esas mismas circunstancias climáticas que afectaban la navegación hace 150 años dificultan en la actualidad los trabajos de investigación que puedan realizarse. “Además del clima de la zona, la logística también es complicada; el acceso no es fácil por lo que algunas veces llegábamos a caballo, otras en cuatriciclo y otras, por supuesto, navegando”.

Por todos estos motivos Cristián Murray ya sabía al llegar que no iba a ser sencillo cumplir con las metas del viaje: “uno siempre tiene objetivos de máxima que sabe que no se van a realizar. En este caso queríamos trabajar en cuatro sitios en cabo San Vicente y cabo San Diego, pero solo pudimos relevar dos naufragios”. Los resultados del trabajo de campo indican que uno de los barcos explorados era de construcción mixta (hierro y madera) y el otro enteramente metálico, el cual tenía en su bodega un cargamento de barriles de cemento. Con esta información podemos empezar a cotejar con fuentes históricas, ya que hay muchos registros de los naufragios del siglo XIX”, agrega Murray.

 

Preservando el patrimonio natural y cultural

El robo en 2020 del ancla del buque Desdemona -encallado en San Pablo desde 1985- renovó las alarmas sobre la necesidad de proteger el patrimonio cultural de la zona. Murray afirma que desde el Instituto promueven acciones de difusión: “hay que pelear para que exista protección legal de los restos, pero también es muy importante la educación. La legislación existente en cuanto a preservación de restos de naufragios es buena: existe una Ley Nacional de Patrimonio Arqueológico que protege todo lo que tiene más de cien años (tanto sobre la tierra como sumergido) y también hay legislación provincial en ese sentido. Además, Argentina firmó en 2010 la Convención de la UNESCO sobre Patrimonio Cultural Subacuático, un instrumento muy claro sobre cómo deben protegerse los restos que yacen bajo el agua”.

¿Y el patrimonio ambiental? “Hemos leído el proyecto de ley que busca proteger el ecosistema de Península Mitre y nos parece muy importante que se apruebe. Hay que promover la protección y también la investigación de recursos naturales y culturales para conocer cuáles son los valores que hay en la Península. Sin conocimiento es imposible que la gente lo cuide. Uno protege lo que ama”.

 

Por otro lado, la mayor accesibilidad a la zona, también plantea sus riesgos: Murray expresa que “muchas veces, circulando por lugares que debieran estar protegidos se producen daños involuntarios tanto en restos arqueológicos como en recursos naturales como la turba. Y también hay quienes producen daños voluntarios”. Un claro ejemplo de por qué resulta fundamental contar con presencia del estado que pueda controlar las actividades en el lugar.

Durante su trabajo en Península Mitre, Murray y su equipo contaron con el apoyo la Asociación Civil de Conservación de Península Mitre quienes los ayudaron con la logística y el traslado del equipo de buceo y Atilio Mosca les facilitó el velero Ksar, con el que se movilizaron por la península. Además, pudieron contar con un generador de energía que les prestaron desde Repuestos Rombo.

Mientras todavía analizan la información obtenida en esta misión ya preparan la siguiente campaña que esperan pueda realizarse entre octubre de este año y el verano siguiente. La idea es seguir completando el relevamiento de restos.

“Aunque este tipo de trabajos –concluye Murray- nunca están totalmente terminados. Siempre queda algo pendiente, y está bueno que así sea para que lo pueda continuar otro investigador. Esa es la manera en la que se va construyendo el conocimiento, de forma acumulativa, entre las ideas y pensamientos de todos”.

Fuente: Agencia Ambiental