Ushuaia 31 de marzo 2019.- El día 13 de marzo, un contingente de familiares de caídos en Malvinas durante la Guerra del Atlántico sur viajó al cementerio de Darwin a rendir homenaje a sus seres queridos, veintidós de los cuales fueron identificados este último año. Treinta y siete años después de finalizada la guerra, llegaba así para ellos el esperado momento de rezar sobre una tumba con nombre.

Entre los 65 familiares, integrantes de 22 familias provenientes de todas partes del país, viajaron Gladys Cisneros y Esteban Correa, hermana y sobrino del Mario, el «Perro» Cisnero. «Fue un viaje sanador, hermoso, que me permitió cerrar mi historia. Hasta entonces no me había dado cuenta de cuánto necesitaba despedirme», cuenta Gladys.

 

Para la gran mayoría, esta fue la primera vez que pisaba las islas; para Gladys no. En 1991, viajó con su hermano Héctor y regresó por segunda vez en 2001. Sin embargo, esta fue la primera vez en que tuvo la certeza de estar en la tumba de Mario y eso cambió todo.

Orlando Sireno Díaz, Mario Cisnero y Jorge Negretti en la Halconera, el gimnasio donde se acantonaron los comandos en Puerto Argentino. Foto: Archivo DEF.

Orlando Sireno Díaz, Mario Cisnero y Jorge Negretti en la Halconera, el gimnasio donde se acantonaron los comandos en Puerto Argentino. Foto: Archivo DEF.

«Mi recuerdo del primer viaje es muy triste. No fue solo que no había una placa identificatoria con el nombre de mi hermano ni por la angustia de estar en el lugar donde tantas personas habían muerto en defensa del país. Hubo otros hechos dolorosos como, por ejemplo, que le taparan al avión el logo de Aerolíneas Argentinas; que nos quitaran las cámaras fotográficas o que no me permitieran llevar una estatuilla de la Virgen del Valle porque tenía al pie el escudo nacional y el manto era celeste y blanco, por nombrar algunas de las cosas que hicieron que sintiera una desolación absoluta», relata Gladys.

 

En esa primera oportunidad y como no sabían dónde estaba enterrado el «Perro», eligieron una tumba cualquiera donde rezar: «En ese momento, sentí que todos habían muerto por la misma causa y la misma idea, por lo cual todos eran mis hermanos». En 2001, Gladys volvió junto a su hermana menor, ocasión en la que debieron permanecer una semana, ya que los únicos vuelos permitidos eran los de la aerolínea Lan Chile, que volaban solo los viernes. Fue una larga estadía durante la cual tenían permitido visitar día por medio el cementerio –donde permanecían desde la mañana hasta la tarde– y los otros, pudieron recorrer lugares emblemáticos, como Pradera del Ganso, Monte London, las pingüineras o Puerto Argentino. «La gente fue siempre muy respetuosa, porque saben que somos familiares y entienden nuestro dolor. Sin embargo, ellos no olvidan la guerra que vivieron».

 

Cerrar un ciclo

Marzo 2019. Después de reunirse con el resto de la comitiva en Buenos Aires, de ser recibidos en la Casa Rosada por el presidente de la Nación Mauricio Macri, fueron al hotel donde descansaron unas horas. Allí recibieron una charla informativa en la cual les explicaron ciertas reglas como, por ejemplo, que no podían salir de las inmediaciones del cementerio, que solo se desplegaría la bandera en la cruz mayor porque cualquier otra podía tomarse como un gesto de provocación. Finalmente, después de casi tres horas de un vuelo que despegó a las cuatro de la mañana de Ezeiza, aterrizaron en el aeropuerto de Mount Pleasant, donde los esperaban los micros para trasladarlos hasta el cementerio.

 

Gladys cuenta que, en el camino, había decidido visitar primero la tumba que había elegido para rezar en sus viajes anteriores, sin embargo, al llegar la superó la ansiedad de estar cerca de Mario. «Sentí una especie de desesperación. Poco después fui a despedirme de Honorio Ortega, conscripto de Río Gallegos, en cuya cruz sin nombre entonces había rezado en mis viajes anteriores y volví a quedarme con mi hermano».

Un portarretratos de acrílico con una foto, nueve flores de plástico –único material que puede resistir la fuerza del viento‒ que representaban a los nueve hermanos, un rosario comprado por una sobrina en la gruta de la Virgen del Valle y una bufanda de vicuña de su marido «para abrigar a Mario con las fibras y el tejido de las manos de Catamarca, quería llevarle el sol de su provincia, cobijarlo», fueron las pocas cosas que llevó consigo.

Gladys con su sobrino, Esteban Correa, en la tumba de Mario, en el Cementerio de Darwin. Foto: Gentileza Gladys Cisneros.

Gladys con su sobrino, Esteban Correa, en la tumba de Mario, en el Cementerio de Darwin. Foto: Gentileza Gladys Cisneros.

 

Gladys explica que fue un viaje extremadamente conmovedor para todos. Y cuenta que su sobrino médico le confesó que nunca pensó que sentiría semejante emoción, «la angustia y el dolor se percibía en el aire», le dijo Esteban Correa.

Después del responso oficiado por el padre Ponciano Acosta, de que la Guardia Escocesa rindiera honores a los caídos argentinos, que los homenajearan las gaitas y que el músico Alejandro Lerner cantara a capela una canción, se dirigieron al aeropuerto que los traería de regreso al continente.

Fuente: Infobae